Friday, February 06, 2009

Desolación


Y se dejó caer. Y fue el duro y frío suelo el que recibió su cuerpo que se desprendía de las alturas. Chocó contra las piedras punzantes, contra el polvo. Un duro y seco golpe conmovió sus entrañas. Sentía la carne rota, la piel destrozada, el rostro irreconocible, la fatiga del agonizante. Abría los ojos y no veía más que una cortina roja, atinó a descubrir que era su propia sangre. Sentía el duro martillo de sus circunstancias, como si todos los dioses se hubieran puesto de acuerdo para herirlo, para domesticar su ego, para mostrarle cuán equivocados habían estado sus pasos, cuán infundadas habían sido sus esperanzas y cuán frágiles habían sido las personas en las que había confiado. Su orgullo y sus seguridades habían sido quebradas rápidamente, como el viento cuando conmueve las hojas secas y las derrumba. Estaba completamente rodeado, física, emocional, espiritualmente, todo estaba en ruinas y saqueado. Un vacío enorme llenaba ese cuerpo tirado en el suelo, un vacío de sueños, de proyectos, un profundo vacío en su corazón. No había ninguna certeza, todo podía pasar, muchas cosas dolían, aunque los velos habían desaparecido y se podía ver claramente, se habían descubierto los errores, las debilidades, se sabía que había demasiado que sanar para poder levantarse del suelo. Era necesario cicatrizar, rehacerse, levantarse, perdonar desde lo más profundo, dejar de odiarse, de intentar destruirse a sí mismo. Necesitaba comenzar a levantarse, sacudirse el polvo, abrir los ojos, volver a subir a las alturas, despacio… buscar esos sueños nuevos, esos sueños que en ese momento aún no existían.