Un simple sueño

Esa noche, a diferencia de las noches de los últimos meses pudo dormir, y soñó. En su sueño se veía muerto, en su propio funeral, es más se veía muriendo, en una clara escena donde su cuerpo volaba por los aires, en un vuelo mortal, en un vuelo de liberación. Se despertó tan tranquilo, con una certeza interior impresionante de que su sueño se haría realidad ese día, ese mismísimo día, ese sería el día de su liberación.
Ese día fue a trabajar, realizó las mismas cosas que siempre hacía, no fue de los que se propuso hacer todo lo que había dejado de hacer en su vida como podrían pensar los demás, no. Hizo lo mismo que siempre hace, lo hizo mejor que nunca. La única diferencia es que cuando la vio la abrazo fuertemente, le dio un enorme beso, le dijo todo lo que tenía en mente decirle, sobre cuánto había aprendido a amar en silencio esa sonrisa triste, que nunca había imaginado poder reír tanto con ella, que la quería profundamente como quizá ella no sabía que la pudieran querer. Le dio un beso inmenso, fue hermosamente correspondido, eso era todo lo que quería como despedida en su último día. Los muchos testigos no incomodaron.
Caminó por ahí... feliz, lleno de ese beso, tan lleno de ella que así, sin mirar a nadie, suspendido en el aire de su propia locura y felicidad, no quizo jamás perder ese instante, perderlo con el paso de los minutos y las horas, de los días y los meses que vuelven al mismo círculo vicioso de no hallarse, de probar cosas que al final se quedan en proyectos, que por tantas cosas propias y ajenas no pueden ser. Deseaba salir de ese sentimiento de desolación, de estar preso de una vida que perdía cada día vértice y horizonte, lleno de gente que lo hacía sentir terriblemente invisible. Con la imagen fija de ella y sus ojos cerrados besándolo, de sus cabellos entre sus dedos, pasó la autopista sin mirar a ningún lado, libre, sin temores, con un deseo inmenso de liberación que un camión hizo realidad. El mejor golpe de su vida.
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