Monday, August 06, 2012

1. Si ya nos pusimos de acuerdo todos en ser idiotas al mismo tiempo, no creo que costaría tanto trabajo acordar –imaginemos- en determinado día a determinada hora, que el país entero lea al unísono un cuento de Juan Rulfo. Por ejemplo.

2. En esta ciudad urge legislar la posibilidad de ya no actuar como imbécil. Prohibirlo. Todos interpretamos el papel del babotas que decide es más importante llegar al otro lado de la banqueta que salvaguardar la vida esperando turno y luz roja. Los conductores por su lado, cooperan arrojando sus coches. Reina un ímpetu por morir cuanto antes en prácticamente todas las calles de una ciudad mal trazada. Mi hermano Miguel se encoraja imaginando en qué febril momento los gobernantes de esta ciudad decidieron entubar todos los lagos y trasladarlos en un ducto de caca. Habitamos una ciudad armada a las carreras y, a lo que quiero llegar, construida por desdichados.

3. Todo lo que nos rodea fue creado desde la más profunda depresión. Los árboles los plantó un desdichado. Ese auto, la ropa de la gente, el bebé llorando, las torrecitas de Babel alrededor del ángel sobre Reforma. Habitamos un tablero cuya viruta única es un desasosiego eterno, sumado y heredado. Imperceptible. La gente habla en el cine, hace filas para depositar sus quincenas y filas para entrar a un cubo ruidoso en qué embriagarse. La gente escribe "te amo" en sus celulares Recibe mensajes que dicen "te amo". Nadie sabe amar. Mi pared tiene razón. Y a la par nos entregamos a una búsqueda torpe: que se abra el elevador y en éste habite el amor de nuestra vida, que se nos caiga una bolsa y quien nos la levante se sepa mover rico en la cama. Buscamos y buscamos. Allá a lo lejos están las montañas pero no hay acceso a ellas. Hay peinados que cuestan con lo que una familia se alimentaría meses. Ser joven es terrible: la oferta nocturna de diversión implica no poder charlar y olvidar cómo se camina. Ser madre es terrible: educar los hijos de un idiota. Las noticias en los periódicos se resumen en una frase: hay que huir. Pero no hay donde. No hay accesos a las nubes tampoco, ni existe la estación de metro Alegria. La felicidad es un estadio inalcanzable. O al menos a mí no me repleta en dichas varias tener un celular con cámara digital, música y licuadora. No encuentro logro alguno en saberme las canciones y sus coreografías. El formato general es desalentador: crecer educado por miedosos, ir a Europa antes de los treinta años, tener hijos y luego podrirse por dentro. Seguimos siendo muy jóvenes como humanidad para ver la lluvia de fuego y atender la flauta de Gabriel.

4. Hay libros, películas, goles y cuadros. Eso está bien. En el arte, que yo llamo “la creación”, existe cierto cubil cómodo, esa es la última verdad. Pocas cosas tan conciliadoras como despertarse pensando en la película que vimos anteayer o con una canción de los Beatles reiterándose íntimamente, principiar semanas con tu equipo hasta arriba en la tabla general. El mundo es terrible, feo. Al menos hay sujetos que lo filman, narran y plasman lindo. Interminablemente lindo.