Wednesday, November 14, 2012

No ten­emos alma. Al menos no de man­era tácita. Es ver­dad que nace­mos con el cálido aliento que nos insu­fló el dios creador. Carne que fue barro, todo siendo hal­lazgo y magia. Ese hál­ito se va per­di­endo con­forme cre­ce­mos y prefe­r­i­mos darle mayor impor­tan­cia a la acu­mu­lación de las dos cosas más vul­gares que la vida con­mem­ora: el amor y el dinero.

No ten­emos alma, la extravi­amos en el camino Y lo más vil: fuimosel público que aplaude o bosteza en su butaca.

Y ese verso de Paz está, curiosa­mente, lleno de entu­si­asmo porque ambas cir­cun­stan­cias (aplaudir o abur­rirse) al menos a mí me hacen pen­sar que el daño no es irrevocable:

Ver el cine nos suma mano­jos de alma, ramil­letes, fuentes de luz y arrestos. Etcétera…

Leer cier­tos cuen­tos de Capote agrega alma. Leer a Melville la ensan­cha. Leer a Borges la encam­ina. Al con­junto de poetas que la Antigüedad llama unán­ime­mente Homero la siem­bra. Etcétera.

El prob­lema de los “etcéteras” es que en ellos cabe todo. Caben dis­trac­ciones y tex­tos car­entes de espíritu. Aplauso o bostezo. La chamba del hom­bre a lo mejor con­siste en extraer gemas de entre la inmundi­cia y el vómito. Meter las manos en la mierda para decir: este hal­lazgo aquí escon­dido ali­menta mi alma enclenque. Las series gringas no adi­cio­nan alma (aunque hay open­ings que sí, o diál­o­gos que sí o emo­ciones sostenidas sem­anal­mente que sí), los libros best­selleros no adi­cio­nan alma (aunque en todo libro hay al menos una línea que se salve, por casu­al­i­dad si se quiere). En fin, creo que mi punto es claro.

Cuidado: el alma no se baña exclu­si­va­mente en el sol que proyecta la creación artís­tica. Basta con una pasión hon­esta. Eso, pasiones hon­es­tas: lláme­sele hacer gelati­nas, con­quis­tar el espa­cio o dis­eñar sostenes.

 Pero nos encanta que nos recuer­den que podemos tener alma. Que es posi­ble poseer una. Esa es la fun­ción pri­mor­dial de los even­tos cul­tur­ales, en el sen­tido más insti­tu­cional­izado de la pal­abra cultura.

Antes existían algunas pelícu­las “de arte” cabían en una o dos sem­anas. Y entonces resultaba que a todos nos volvía locos el cine maligno, o la danza con­tem­poránea. Ahora resulta que todos esta­mos vuel­tos locos por los dibu­jos en las cav­er­nas del primer hom­bre (obvio, en ter­cera dimen­sión). Son ejem­p­los. Todo mundo como degen­er­ado suplicán­dole al dios de la taquilla que lo con­mueva, que le haga sen­tir que vale la pena estar vivo.

la gente, ham­breada y urgida de sen­tirse viva, sobrel­lenó las buta­cas del recinto más melancólico que nos qued­aba a los tristes en la Ciu­dad de Méx­ico. Se volvió inso­portable ir a ver pelícu­las. Pare­ji­tas besán­dose, gente con lentes ridícu­la­mente imbé­ciles, filmes menores y tris­te­mente com­er­ciales que per­manecen en cartel­era por meses y meses. Ahora recon­struyeron la Cineteca, la adap­taron para su nuevo público. No iré a menos que sea inevitable (cine mudo los jueves, acaso). Los abati­dos nos vamos quedando sin sitios.

Quedan algunos cafecitos, algunos par­ques, algu­nas can­ti­nas a las que sopitas.com no ha llegado.

Pasa lo mismo en todo. La gente se vuelve loca con­sum­iendo etcéteras. Ni siquiera hay des­cuen­tos impor­tantes. Todo fun­ciona como una fal­luca. Hay pre­senta­ciones valiosas: sí, las hay; pero eso es lo de menos. Mi hermano Miguel me dejó de acom­pañar desde hace mucho al juego porque se dio cuenta que darle seguimiento al fut­bol no es sino dejar en claro la eterna frus­tración del espec­ta­dor de no ser uno de los vein­tidós que abajo se baten en épico duelo.