Wednesday, August 10, 2011

Dije el otro día

El dios del Antiguo testamento es muchas cosas pero sobre todo es un enojón mala-leche y mala-copas que inmediatamente me hace pensar en varios de los patrones empleadores que he padecido a lo largo de mis días perdidos. Es decir: mis días como asalariado. De empleados están llenas las calles. Ay, mis pajaritos enjaulados. El trabajo es un castigo. Un castigo divino, de hecho. Impuesto por Él gracias a que nuestros antepasados Adán y Eva se comieron la torta antes del recreo. Después del pecado original, se acabó la originalidad en el mundo y en cambio tenemos que anclarnos a prisiones de mamparas y sueldos quincenales con qué hacernos de suplementos sabor al fruto de la sabiduría.

"Maldita sea la tierra por tu culpa", dice Dios Padre en la 1ra. o 2da. página de la Biblia (depende la edición de cada quién), luego dice -con voz gangosa, obvio- algo como que los hombres estaremos condenados a trabajar la tierra para obtener sus frutos (a la mujer le incrementa los dolores de parto: es un ojete ese cabrón)

Y en efecto, encerrado en esta oficina, aquella sentencia terrible se hace más que evidente. Reitero: trabajar es un castigo. De alguna manera entre la caza y la recolección y nuestros actuales empleos pasaron 21 siglos de almas en pena. Llámense arquitectos, contadores, periodistas o publicistas... Todos nos asumimos expulsados del paraíso al momento de checar tarjeta o llenar hojas de tiempo. La cola en el banco, la ira del jefe divorciàndose, las jetas de los oficinistas que van tarde agarràndose del tubo del metro, el tràfico en perifèrico: imàgenes del infierno contemporaneo. Los organigramas en las chambas también tienen arquitectura abismal.

Dije el otro día que trabajar es tan de la chingada que hasta tengo ganas de comprarme ropa nueva y un iPhone y un caramel mocca.

Y aun no es quincena :-(