Ayer.
Ayer, hace mucho no me pasaba, me dio miedo un trueno. Pero no fue como miedo de que me sorprendió el ruido o me agarrara en la pendeja. Fue como un miedo precario; que el cielo tuviera retortijones me aterraba, como si dios me odiara, pues.
El màs distante, soy errante navegante que jamàs te olvidarè.
Ayer, hace mucho no me pasaba, me dio miedo un trueno. Pero no fue como miedo de que me sorprendió el ruido o me agarrara en la pendeja. Fue como un miedo precario; que el cielo tuviera retortijones me aterraba, como si dios me odiara, pues.
Reflexión
Una prueba contundente de que estamos hechos con las patas es que somos muy dados a dar por sentado la belleza. Nos acostumbramos muy rápido a ella. El ejemplo contundente es lo que pasa con las canciones. Uno chotea cualquier rola con facilidad aterradora. Me requeteencabrona venir escuchando el Hail to the Thief y que sencillamente sea una música de fondo, cuando a verdad es que hace meses me tenía completamente entusiasmado. Lo oí, oí, oí, oí... hasta el hartazgo. Hasta que dejó de ser más importante que ubicar a la guapa del vagón del metro. Cuya belleza -dado el caso- también me hartaría en breve. No estamos diseñados para retener la hermosura natural de las cosas. Eso es re doloroso. La forma de ciertas nubes, una espalda de dama, la línea de una novela que provocó escalofríos, un beso que sabía a ron con coca, las prendas y la piel que siente como diurex... todo lo hermoso se esfuma.
Es bien padre cuando uno escupe. Pero es más padre cuando uno escupe y en el viaje de la saliva entre el hocico y el suelo hay un cañón de luz. Entonces por escasos mini segundos la baba se ilumina, como acariciada por el brillo de un dios metiche. Luego abandona ese fulgor y se estampa en la banqueta o en el charco del escusado y nada es importante y de nuevo estamos solos sin un brillo que amanse esta chingadera de vida.